preloader

Cargando ...

La historia tras el libro - Historias de un jueves por la tarde

La historia tras el libro - Historias de un jueves por la tarde


El año pasado, aquel 2020 que para muchos hubiera sido mejor borrarlo de la historia, como tenía muchísimo más tiempo libre del que me hubiera gustado decidí presentar algunos relatos cortos y poemas que había escrito hace tiempo a varios concursos literarios. Para mi sorpresa, en uno de ellos fui seleccionado para formar parte de un poemario que sería publicado a posteriori, pero la gran noticia llegó el 21 de septiembre de 2020 cuando la editorial Scribo editorial anunció que yo era el ganador del VI concurso Scribo Editorialen la modalidad de Cuento Infantil.

Recibir ese premio por una obra en la que has puesto toda tu alma en aquel 2020 en el que mi vida había dado un giro tan brusco e imprevisto me produjo tal felicidad que, a día de hoy, casi no puedo describirla sin que esas emociones que solemos reprimir los adultos afloren y consigan que me estremezca.

No quisiera aburriros con este sentimentalismo que me provoca evocar los recuerdos del que yo llamo «mi año en chándal», de modo que voy a centrarme, a partir de ahora, en lo que de verdad quería contaros en esta entrada de mi blog: la historia detrás de «Historias de un jueves por la tarde». Eso sí, antes he de hablaros acerca de un taller de lectura muy peculiar.

En el curso escolar 2018-2019, después de que me invitasen a hacer un cuentacuentos en el colegio de mi hijo y ver cómo los peques se emocionaban con las historias y participaban en la actividad, se me ocurrió hablar con la asociación de padres y alumnos del colegio (AMPA Santa María Micaela) y proponerles como actividad extraescolar un taller de lectura.

Huelga decir que dicha iniciativa contó con el apoyo incondicional del AMPA y que hicieron todo lo posible para que, un par de meses después, comenzáramos a reunirnos en la biblioteca que el colegio nos cedía todos los jueves por la tarde. De modo que a primeros del 2019 tuve el honor de conocer a los veintitrés participantes de nuestro taller de lectura.

Junto a ellos viví unas fantásticas tardes entre aquello que nos encantaba, los libros. Participamos en numerosas actividades como excursiones a la biblioteca, búsquedas de tesoros, talleres al aire libre en el Parque de las Acacias y lo que a la mayoría le gustó más: una increíble visita a RadioSol Los Barrios en la que, durante más de una hora, fueron los protagonistas del programa.


Taller de lectura

En el curso escolar 2018-2019, después de que me invitasen a hacer un cuentacuentos en el colegio de mi hijo y ver cómo los peques se emocionaban con las historias y participaban en la actividad, se me ocurrió hablar con la asociación de padres y alumnos del colegio (AMPA Santa María Micaela) y proponerles como actividad extraescolar un taller de lectura.

Huelga decir que dicha iniciativa contó con el apoyo incondicional del AMPA y que hicieron todo lo posible para que, un par de meses después, comenzáramos a reunirnos en la biblioteca que el colegio nos cedía todos los jueves por la tarde. De modo que a primeros del 2019 tuve el honor de conocer a los veintitrés participantes de nuestro taller de lectura.

Junto a ellos viví unas fantásticas tardes entre aquello que nos encantaba, los libros. Participamos en numerosas actividades como excursiones a la biblioteca, búsquedas de tesoros, talleres al aire libre en el Parque de las Acacias y lo que a la mayoría le gustó más: una increíble visita a RadioSol Los Barrios en la que, durante más de una hora, fueron los protagonistas del programa.

De esta forma, entre actividades diversas y nuestras reuniones quincenales de los jueves comenzamos a inventarnos historias, mejor dicho, los peques comenzaron a escribir sus primeras historias que yo fui transcribiendo para tenerlas en mis recuerdos.

Al ver la cantidad de textos escritos por los miembros del taller entre el año académico anterior y lo poco que había transcurrido del que estaba en curso, en enero del 2020 hablé con la directiva del AMPA y les comenté una nueva idea que rondaba por mi mente: unificar todas esas historias en un libro y publicarlo para que tuvieran un recuerdo perpetuo de su paso por el taller así como de su temprana afición por la lectura. Aunque nos pusimos manos a la obra al instante, cuando el proyecto comenzaba a coger forma, llegó aquel aciago 16 de marzo del 2020 y nuestros proyectos, al igual que nuestras vidas, se confinaron con carácter indefinido.

Pasaron los meses, confinados, sin poder salir, sin nuestros familiares y amigos, sin acudir a clase, sin ir a los parques, sin poder visitar de nuevo la radio, sin nuestro taller de lectura y sin nuestras historias de los jueves por la tarde. Vivimos una situación sin precedentes que nos ha dejado marcados de por vida, una etapa que, espero de todo corazón, no vuelva a repetirse por mucho que hayamos aprendido algunos.

Volviendo a la historia, corría el 2020 y me acababan de conceder un premio literario. Dicho premio consistía en que Scribo editorial publicaría una de mis obras, por lo que, de manera inevitable, en mi interior sabía que el libro que tenía que publicarse no era otro que el proyecto de «mis niños» del taller de lectura.

Contacté de nuevo con el APMA, recién desconfinada pero sin poder realizar actividades como en otros años, para que le diesen el gran empujón económico que necesitaba el proyecto para ver la luz; puesto que la publicación de un libro de esas características no solo consiste en la impresión. Se ofrecieron sin dudarlo y tras numerosas pruebas, muchas carreras y meterle prisa a todo el mundo, a finales de año recibí los ejemplares deHistorias de un jueves por la tarde en mi casa.

Como no quiero que leáis las historias de los miembros del taller de lectura sin que podáis disfrutar de las magníficas láminas dibujadas por Carlos Franco Peña os voy a dejar a continuación, por si os apetece leerlo, el cuento con el que gané el premio que, en parte, ha hecho posible la publicación de este libro.

Dónde lo encuentro

No deseo despedirme sin antes recordaros queHistorias de un jueves por la tarde está a vuestra disposición en los siguientes puntos de venta:

·Tienda online de esta Web.

·En el AMPA Santa María Micaela del colegio FEC San José - Virgen de la Palma.

·Librería Bahía de letras (Algeciras y Los Barrios).

·Papelería Garabatos de Algeciras.

·Librería La Pecerade La Línea de la Concepción.

·Papelería Más que letras de San Luis de Sabinillas - Manilva.  

También he de deciros que el importe íntegro de este libro será donado al AMPA Santa María Micaela para que siga haciendo la gran labor que realiza por nuestros niños del colegio FEC San José - Virgen de la Palma.

 

Relato Ganador del VI premio Scribo Editorial


EL CAVERNÍCOLA CORREDOR

Relato ganador del VI concurso Scribo Editorial - Cuento infantil


Hubo una vez un joven cavernícola que era tan rápido como el viento. Ray, que así se llamaba el velocista, nunca bajaba el ritmo. Si había que ir a la escuela, iba corriendo; cuando su mamá le encargaba ir a pescar, corría sin parar; los días que visitaba a su abuela llegaba en un suspiro; en definitiva, todo lo que Ray hacía era a toda velocidad.

En aquella época, huyendo de la glaciación que se estaba produciendo en el norte del continente, se mudó al valle otra tribu. En ella había una familia cuyo hijo, llamado Lex, nunca tenía prisa y todo lo que le mandaban hacer lo alargaba tanto que a veces incluso se le olvidaban dichas tareas.

Desde el momento en que Lex y Ray se conocieron en el colegio una gran rivalidad nació entre ellos, pues su opuesta forma de hacer las cosas los enfrentó. Si Ray terminaba sus deberes en minutos, Lex se tomaba todo el tiempo que la profesora les daba para hacerlos: eso sí, mientras que los trabajos de Ray a veces resultaban poco cuidados y solían tener muchos errores, los que entregaba Lex eran tan perfectos que apenas necesitaban corrección.

Esta rivalidad produjo varios incidentes durante las clases, por lo que la profesora, harta ya de los problemas que los niños ocasionaban, ideó un reto para ambos con el fin de enseñarles una buena lección.

Una mañana, cuando todos los pequeños hubieron entrado en clase, les explicó que ese día era especial, pues tendrían que completar un recorrido con diferentes obstáculos. Se trataba de una carrera algo diferente, pues, aunque como en todas las carreras, se premiaba la velocidad, también se valoraría completar correctamente las pequeñas pruebas que se les presentarían a los contrincantes y, al final de la clase, ella determinaría quién sería el ganador del premio.

Como no podía ser de otra forma, los dos niños comenzaron a discutir sobre quién sería el ganador, por lo que la maestra, para evitar que siguiesen peleando, los animó a ser los primeros en completar el recorrido.

Al indicarles que podían comenzar, Ray salió veloz hacia la primera prueba, que consistía en ir corriendo hasta un montículo en el que había un rompecabezas que debían resolver. Estaba compuesto por varios trozos de madera que, una vez unidos correctamente, deberían formar la silueta de un animal.

Cuando Lex llegó comprobó que Ray estaba intentando terminar el rompecabezas. Puso con detenimiento todas las piezas bocarriba y las ordenó minuciosamente, de forma que pudo hacerse una idea aproximada del animal que podría verse una vez resuelto. Comenzó a unir los trozos con parsimonia, pero sin equivocarse. Ambos terminaron casi al mismo tiempo y se dirigieron a la siguiente prueba, Ray corriendo y Lex dando un paseo.

Para continuar tuvieron que recoger diez piezas de una fruta tan delicada que si no se extremaba el cuidado a la hora de arrancarla se echaba a perder. Por ello, ambos niños tuvieron que recolectarla con la mayor delicadeza posible; Ray perdió de nuevo toda ventaja.

El último reto se encontraba a cierta distancia y consistía en cruzar un río. Ray, de nuevo en cabeza, pasó tan rápido sobre las piedras que sobresalían del cauce que no se percató de que algunas estaban muy mojadas, por lo que resbaló y se cayó al agua sin remedio. Por suerte, sabía nadar, así que, luchando contra la corriente, se acercó a la orilla.

A escasos metros de tierra pudo ver cómo Lex lo adelantaba dando lentos saltitos sobre las últimas rocas del camino. De esta forma, cuando Ray logró salir, Lex estaba a escasos metros de la meta, y por mucha prisa que se dio, lo único que pudo hacer fue cruzar la línea de llegada al mismo tiempo que su contrincante.

Ambos se volvieron a enzarzar en otra de sus eternas disputas, pero la profesora los separó y los obligó a dejar a un lado sus diferencias hasta que sus compañeros finalizasen.

Cuando toda la clase concluyó el recorrido, la maestra comenzó a decir los tiempos de los participantes. Para sorpresa general, Ray y Lex estaban entre las peores marcas de la clase.

La mayoría de los niños, contentos con sus resultados, regresaron al aula y dejaron en medio del claro a los dos rivales, totalmente confundidos, sin saber bien qué pensar.

—Venid conmigo, por favor —les pidió.

—¿Qué quieres, seño? —dijeron ambos cuando llegaron.

—¿Sabéis por qué, aun siendo los dos mejores de la clase, habéis sido superados por vuestros compañeros?

—No —susurraron.

—Muy fácil —les explicó—. Ninguno de los dos habéis aprovechado vuestra ventaja, ya que no habéis aprendido nada de vuestro rival.

Ambos niños se miraron y le dijeron:

—No entendemos lo que nos quieres decir.

—Os lo explicaré. Ray es rápido, por eso tenía una gran ventaja en la primera parte de la prueba, ya que consistía en correr. Pero todo el tiempo que ganó lo desperdició a la hora de hacer el rompecabezas, levantando las piezas al azar sin pensar en lo que estaba haciendo.

—¿Ves como eres muy malo? —se burló Lex.

—No deberías presumir —censuró la profesora—. Desde el principio no te tomaste la carrera en serio, ni siquiera hiciste amago de correr en ningún momento; por esa razón has perdido el mismo tiempo en el trayecto que tu compañero en resolver el rompecabezas. Lo mismo podemos decir de la segunda y tercera parte de la prueba: uno corría sin parar mientras que el otro se dedicaba a caminar con tranquilidad y, a la hora de pensar, se tornaban los puestos.

Ambos niños estaban tristes, pues comprendieron que por culpa de su orgullo habían quedado los últimos en la competición.

Tras la lección de aquel día, Ray y Lex acordaron firmar una tregua para ayudarse mutuamente. Ray enseñaría a Lex a correr cuando fuese preciso y Lex, a cambio, le explicaría a su compañero las ventajas de pararse a pensar en determinadas ocasiones.

Gracias a aquel fabuloso acuerdo, del que ambos salían muy beneficiados, en la siguiente carrera quedaron los primeros de la clase y, con el paso del tiempo, se convirtieron en los mejores amigos del mundo.

 
Tienda