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Cuento para leer en la noche de halloween a los niños

Cuento para leer en la noche de Halloween a los niños

En el puente que se aproxima tendremos tiempo para disfrutar en familia.

Tiempo para disfrazarse, salir a visitar a nuestros difuntos, comprar los típicos "Tosantos" pero cada año que pasa, la fiesta de Halloween se está arraigando más en nuestra cultura, sobre todo entre los más pequeños.

En este post queremos dejarles un bonito cuento que he escrito para mi hijo pero que puede ser contado para cualquier otro al que le gusten la aventuras y las anécdotas.



 

Cocina con los niños.

Disfrutar de un rato en la cocina haciendo unas galletas o un pumpkin pie. A ellos les gusta pasar tiempo en familia. Olvídate de las manchas en la cocina y disfruta.

 

¡Compra castañas asadas!

No hay nada que nos guste más en nuestra familia que comprar unas castañas y comerlas en el banco de al lado del señor castañero.

¡Temporada de castañas!

 

Sal disfrazado igual que ellos.

Cualquier excusa es buena para  ponerte un disfraz y salir a la calle. ¿Recuerdas si tus padres se disfrazaban? ¿Te hubiera gustado que ellos te acompañaran disfrazados?

 

Cuéntale la cultura de "Todos los santos"

Para los pequeños es Halloween, para los mayores, los "tosantos". Explícale como es esta festividad en distintos sitios, México, Inglaterra, España...

 

Nuestro sueño. La ilusión de los  niños.

Disfruta con tus hijos. Ellos siempre lo recordarán.


Ahora que tenemos unos días de descanso y que el lunes la gran mayoría no tiene que ir al trabajo, es el momento de disfrutar en familia y amigos de unos momentos especiales. Os proponemos varias opciones, pero además os invitamos que leas nuestra terrorífica historia. 

 

Un cuento para una noche de terror

Mi hijo está continuamente pidiendo historias, le encanta que le leamos, que nos acurruquemos junto a él linterna en mano o cabeza, y tapados bajo la manta, empecemos a inventar. No se si es una buena historia o no, pero me encanta la cara de felicidad, intriga y, sobre todo, las risas que se ha pegado escuchando este relato.



 


Halloween en el parque María Cristina

parque maria cristina


Aquella fue una tarde bastante inusual. Comenzaré diciendo que, a pesar de la desfavorable predicción meteorológica, cuando Juan Luis salió a la terraza se dio cuenta de que hacía bastante calor y, además, no había rastro alguno de la típica levantera habitual de la zona. De modo que se alegró mucho porque no existía ningún impedimento para que se pudiera celebrar la gran fiesta de Halloween que el Ayuntamiento llevaba anunciando desde comienzos de mes.

Salió del ascensor casi corriendo. Cuando llegó al final del pasillo se giró solo un momento para comprobar si sus padres iban tras él, accionó un pulsador y, después de escuchar aquel molesto sonido que señalaba la apertura de la pesada puerta del edificio, esperó a que sus padres estuviesen a su lado para salir a la calle. «Este año va a ser especial» se dijo con una amplia sonrisa al tiempo que se ponía bien la manga derecha de su disfraz.

Por el camino vieron a Alejandra, una de sus mejores amigas que también se dirigía a la fiesta. Más tarde, cuando estaban a un par de calles de su destino, se les unieron Aitana y Javi que venían acompañados por su prima Adriana y, cuando estaban en la cola para comprar las entradas de la fiesta aparecieron Pablo, Thiago, Nadia y Yolanda.

El parque parecía el mejor lugar del mundo para celebrar ese Halloween, aunque tras haberse suspendido el año pasado, casi todos pensaban que cualquier lugar les hubiera parecido apropiado siempre que estuvieran juntos.

Antes de entrar se giraron para despedirse de sus padres, a los que no les estaba permitido acceder ese día pues se trataba de una fiesta exclusiva para niños. Pero cuando vieron de nuevo la espeluznante puerta completamente decorada para la ocasión, sus miradas se encendieron y sus mentes se centraron en aquella increíble fiesta de Halloween a la que estaban a punto de acceder.

Pasaron a través de un serpenteante camino cuyas paredes semejaban una cueva y de las que, sin previo aviso, salían despedidas pegajosas telas de araña al tiempo que se escuchaban tenebrosos lamentos acompañados de luces estroboscópicas de diferentes tonalidades. Por lo que, a pesar de que ya eran mayorcitos, ninguno pudo reprimir algún que otro respingo del susto.

Al salir de aquel terrorífico laberinto llegaron a la parte central del parque que tan bien conocían: una enorme área circular cuyo perímetro estaba delimitado por bancos, aunque ese día no había rastro de aquellos asientos en los que los visitantes solían pararse a descansar porque estaban completamente ocultos bajo varias tétricas estructuras.

En la parte sur de la plazoleta central podían verse dos atracciones, una a cada lado del camino que se dirigía a la salida trasera del parque: la que cruzaba lo que, en circunstancias normales, era el parque infantil de juegos. Una de las atracciones era un castillo del terror en la que había un cartel indicando que la edad mínima para entrar era de setenta y siete años, salvo que fueses un niño pues todos tenían permitido el acceso, y la otra, un veloz tren sin techo que giraba en círculos mientras que dos brujas, cuyas melenas parecían electrificadas, pegaban con sus escobas a los viajeros en la cabeza o donde pillasen. A la izquierda del tren varios jóvenes hacían cola para entrar a un fantasmagórico circuito de karts eléctricos con arañas gigantes en las curvas y un par de túneles infestados de murciélagos.

A continuación, dos puestos de comida atendidos por el mismísimo Frankenstein y sus ayudantes: en uno de ellos servían espantohamburguesas y perritomonstruos mientras que en el otro, podían degustar unas magníficas terrorificpizzas y tumbasquebab. En el centro de la plaza, un carcelero tuerto se dedicaba a perseguir a los jóvenes para castigarlos durante un minuto en los numerosos cepos medievales allí instalados, mientras sus amigos se reían de ellos por haberse dejado coger al tiempo que les hacían fotografías con sus teléfonos. Cuando los soltaba, les ponía un sello en la mano que daba acceso a una apartada tienda regentada por una curiosa adivina que leía el porvenir.

En toda la zona noreste había varias pantallas en las que se reproducían algunas de las películas más terroríficas para niños, mientras que en la parte noroeste podían divertirse con un par de teatros de marionetas de otro mundo y un cuentacuentos fantasmal.

La parte sur del parque era un gigantesco laberinto escasamente iluminado en el que advertían a la entrada que solo los más valientes podrían aventurarse. De modo que, como si de una invitación ineludible se tratase decidieron adentrarse en busca de aventuras.

Se internaron en aquella maraña de sinuosos callejones caminando en fila india con la firme intención de llegar a la meta cuanto antes aunque, cuando llevaban un par de minutos, pasaron por la puerta de los servicios y decidieron entrar.

Los primeros en salir fueron los chicos. De modo que Juan Luis, Javi, Pablo y Thiago se quedaron esperando a sus amigas en una pequeña zona iluminada por un único foco a varios metros de la entrada.

—¡Cuanto tardan! —se quejó Pablo.

—Sí que es verdad —afirmó Thiago.

—Vamos a llamarlas —propuso Javi.

Se acercaron a la puerta del servicio de mujeres y comenzaron a llamar a sus amigas, pero no obtuvieron respuesta alguna.

—¿Qué podemos hacer? —les preguntó Juan Luis.

—Yo no pienso entrar —negó Pablo con la cabeza.

—Gritemos un poco más fuerte, a ver si se enteran.

—¡Buena idea, Thiago! —le felicitó Javi, pero por más que gritaron nadie respondió.

Preocupados por sus amigas se armaron de valor y decidieron entrar en el baño tras comprobar que nadie pasaba por allí, pero su sorpresa fue mayúscula cuando lo encontraron desierto.

—¿Dónde se han podido meter? —preguntó Juan Luis en voz alta mirando a todos lados.

—No tengo ni idea. Aquí no hay ninguna otra salida —confirmó Pablo.

—¡Les ha tenido que pasar algo! Esto no es normal —afirmó Thiago.

—Vamos a buscar al personal de seguridad —intervino Javi.

—Sí, pero vayamos hacia la salida. Si hubieran ido hacia la entrada las habríamos visto —propuso Juan Luis.

—Decidido, seguidme —les indicó Javi, haciéndose con el mando del grupo.

Continuaron por el laberinto a paso ligero pues estaban muy preocupados por sus amigas. Tuvieron que darse la vuelta en un par de ocasiones pues el camino elegido no tenía salida. Poco a poco, comenzó a subir una densa niebla que parecía emanar de las mismísimas paredes hechas por ramas y maleza. Las luces se habían atenuado tanto que tuvieron que encender las linternas de sus teléfonos. En cada esquina había al menos un par de focos con molestas luces que no paraban de parpadear; lo que les aturdía bastante. Varios búhos comenzaron a ulular con fuerza y sus pasos se veían continuamente frenados por finas enredaderas que les salían al paso.

Los amigos estaban un poco nerviosos. No eran capaces de averiguar dónde estaba la salida. No había rastro de sus compañeras. No localizaban a nadie que pudiera ayudarles. Aquella fiesta de Halloween estaba comenzando a ser bastante menos divertida de lo que ellos se habían imaginado. Entonces, tras toparse con un nuevo callejón sin salida, las escucharon chillar. Los pelos se les erizaron. Un sudor frío comenzó a caerles por la frente y salieron corriendo mientras gritaban sus nombres para ver si eran capaces de escucharlos:

—¡Alejandra! —llamaba Juan Luis.

—¡Aitana! ¡Nadia! —gritaba Thiago

—¡Adriana, Yolanda! —chillaban Pablo y Javi.

Pero ninguna de ellas contestaba. La oscuridad era total. A la carrera, se tropezaban unos con otros. Temían por sus amigas. Un gran vendaval comenzó a azotar las paredes del laberinto, el ruido era ensordecedor. En ese momento, la enorme preocupación hacía que les hirviese la sangre y los ayudase a correr como nuca hasta que, al fin, luchando contra el viento, el ruido y sus propios temores, llegaron al final del laberinto.

El camino se ensanchó y llegaron a una gran estancia en la que vieron a dos agentes de seguridad mirando a través de una gran ventana. Corrieron hacia ellos, desesperados. Les gritaban para que se diesen la vuelta y los acompañasen, pero el fuerte ruido del viento hacía imposible que los escuchasen. Pablo fue el primero en llegar e intentó captar su atención cogiendo a uno por la manga del abrigo, aunque el de seguridad no se percató. Cuando los cuatro amigos estuvieron tras de ellos, los agentes comenzaron a moverse, con lentitud, pero el espanto que les produjo aquella visión hizo que los cuatro quedasen casi petrificados.

Aquellos no eran agentes de seguridad. ¡Eran zombis! ¡Y ahora que los habían visto iban a por ellos! Un nuevo chillido de mujer se escuchó y la sangre se les heló del miedo. Se giraron y comenzaron a correr sin levantar la mirada, pero cuando estaban a punto de adentrarse en el laberinto dos nuevos agentes zombis aparecieron entre las enredaderas.

Los niños, acorralados, se miraron entre sí y, como si lo hubiesen ensayado miles de veces, formaron un círculo defensivo uniendo sus espaldas. Habían superado el miedo y ahora tocaba luchar. Tenían que salvarse y salvar a sus amigas. Los zombis estaban muy cerca, habían alzado sus brazos en dirección a los jóvenes y sus ojos parecían querer salirse de las cuencas. Uno de ellos babeaba mucho, a otro le faltaba la mitad del pelo y dos cojeaban demasiado. Los amigos levantaron sus puños para defenderse, se armaron de valor, preparados para todo. Era el momento decisivo y lo sabían, no podía haber errores y, cuando los zombis estaban a punto de alcanzarlos… las luces se encendieron, el viento paró, los ruidos cesaron y los zombis cayeron al suelo.

Extrañados, se miraron entre ellos intentando comprender lo que acababa de pasar, pero no hicieron falta muchas explicaciones cuando escucharon las risas de sus amigas que ahora se asomaban por la gran ventana donde, momentos antes, habían estado mirando los agentes zombis.

—¡Me las vais a pagar! —prometió Juan Luis, comprendiendo que habían sido víctimas de una broma.

—¡Eso no se hace! —se quejaban Javi y Thiago.

—Tendríais que haber visto vuestras caras —decían Aitana y Adriana, sin poder parar de reír.

—Ha sido muy poco gracioso —señaló Pablo, molesto por las risas.

—No digas eso, hombre —habló Yolanda—. Yo creo que no ha estado mal.

—Es cierto. Pasasteis del susto a ser los más valientes en décimas de segundo. Ahora sé que estáis dispuestos a defendernos hasta de los zombis —señaló Alejandra, conteniendo un poco la risa.

—Yo creo que no hacía falta hacernos pasar por esto para que os dieseis cuenta —les dijo Juan Luis, que seguía algo molesto.

—Puede, pero ha sido tan divertido que… —afirmó Aitana, logrando que todas volviesen a reírse a carcajadas.

Tras aquel incidente la fiesta de Halloween continuó. Todos se divirtieron mucho, comieron espantohamburguesas y terrorificpizzas, se montaron en el tren de las brujas, vieron un trozo de una peli y les leyeron el futuro después de haber pasado un minuto en el cepo.Aquella noche resultó ser, bromas aparte, tan memorable que todos, por una u otra razón, nunca olvidarían.

 
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